Al ver que navegaba infructuosamente por el mar de las ilusiones,
Las aves marinas retornaban a sus nidos a abrigar a sus polluelos
su tristeza revoloteaba aún ,
desconcertada en el cielo, sin rumbo.
No había nido al cual entregar sus
cansadas alas,
no había con quien compartir el plumaje abrigador de su vida,
de sus esperanzas e ilusiones
de sus sueños,
de sus alegrías y tristezas.
Era como un pez herido
acabado de escapar del señuelo del pescador furtivo
desconcertado y a merced de las olas
trataba de entender
el porqué del daño recibido
cuando en su inocente vida
nunca daño a nadie.
La fría brisa de la noche
nocturna
anunció su presencia
bajo los plateados rayos de la tímida luna
que asomaba tímidamente en el firmamento
Estrellas aquellas,
que alguna noche de tantas
fueron testigos silentes,
cómplices leales
de las aventuras navieras,
emprendidas sin plan alguno.
Noches aquellas,
en que ataviados solo de la aventura
y la pasión de sus corazones
para navegar en el romance
de la incontrolable tormenta del amor
de las miradas,
De las caricias,
Del temblar de sus cuerpos
cubiertos únicamente con la verdad.
Navegaron sin ruta
desnudo y natural momento
imborrable para ambos.
Donde llegaron a conocer
por vez primera
el arribo a puerto seguro.
Desde lo más profundo de su ser
emanaron nuevas y primeras sensacioneshasta hoy desconocidas.
Se cruzaron las miradas
luego de la húmeda tormenta,rieron en silencio,
se abrazaron con dulzura.
Entregaron sus vidas,
es el tesoro escondido
en aquella isla desierta.
HCC/Marzo 2016